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  • Foto del escritorDiego Rodrigo

Cena de Nochebuena para 26

Actualizado: 4 ene 2019

La Navidad es tiempo para estar con la familia. Eso suele conllevar comidas y cenas suculentas. De esas en las que terminas más hinchado que un globo. En el caso de la familia de mi madre es habitual que nos juntemos muchos en el pueblo de mi abuelo. Un pueblo muy pequeño en el que en invierno no hay más de una decena de personas. Actualmente somos 35 familiares. Al ser tantos ya no cabemos en el salón y hace unos años acondicionaron la cochera. Para la pasada cena de Nochebuena no pudimos reunirnos todos.


-Este año faltan el tío con las primas, la tía y los primos con sus dos niños.


-Entonces seremos 26.


-Pues qué pocos estamos este año.


Pese a ello, cuatro generaciones se sentaron a la mesa. El abuelo Gonzalo, cinco de sus ocho hijos, buena parte de sus nietos (entre los que me encuentro) y Jorge y Gonzalo, dos de sus cuatro bisnietos. Estos dos últimos fueron los que más atención acapararon durante la cena. Pero cocinar para 26 sigue siendo todo un reto. La cena era muy suculenta. Había muchos entrantes, quizá demasiados.


Parecen muchas gulas, pero solo había unas pocas para cada comensal | Fuente: Diego Rodrigo

Raciones de gulas, quesos para untar y hasta seis tipos diferentes de paté. Después venían las cigalas a la plancha y los langostinos en su salsa. En cuanto pusimos los primeros platos de paté comenzó el mismo debate de siempre:


-No saques ese vino que lo dejamos para mañana, coge del mío, -dijo el tío Tomás.


-Ese yo no lo bebo que siempre trae muchos posos, -se quejó el tío Paco.


-Trae las dos botellas que hay en la nevera del salón. Luego ya sacaremos el de casa que ese sí que le gusta al Paco, - sentenció el tío Agustín.


Como es costumbre le tocaba al primo más pequeño ir a por la bebida. Así que lo hizo Daniel, quejándose de que él ya había traído algunos vasos. Los patés no tuvieron mucho éxito y sobraron en su mayor parte. Quizá también porque los comensales se reservaban para más adelante. Porque comida no iba a faltar. “Podríais tirar unos petardos o algo para que haya ambiente en el pueblo porque no creo que haya nadie más que vosotros”, le dijeron esa mañana a la tía Azucena. Si había alguien más no lo vimos. Aunque tampoco salimos mucho de casa.


Se prepararon dos tandas de cigalas en una plancha en la calle | Fuente: Diego Rodrigo

Los langostinos causaron sensación en la zona donde nos sentábamos los primos más mayores. “Bea y yo nos podríamos comer tres platos de estos tranquilamente”, comentó la prima Irene. Con un plato entre las dos fue suficiente. Durante los tentempiés el pequeño Jorge pasó por más manos que el pan, hasta que empezó a entrarle sueño.


Mientras se servía el primer plato: cardo, la prima Laura contaba, mientras acunaba a su hijo Jorge tratando de dormirle, que se había encontrado con un viejo amigo de su suegro, el tío Tomás. “Él ya sabía que eres mi suegro, pero se hizo el tonto. Y me ha dicho que cuando jugabais al fútbol eras muy guarro”. “Vaya si era guarro. Me expulsaron cuatro veces en una temporada y eso que jugaba de extremo”, apuntó el tío Tomás.


Sobró un poco de cardo de la cena para la comida de Navidad | Fuente: Diego Rodrigo

Como somos tantos la faena al final se acaba repartiendo. Unos preparan la comida, otros friegan, otros traen el vino y otros los turrones. El cardo lo había hecho la tía Azucena así que ella fue la que recibió las felicitaciones. Después llegaron los segundos. Había pollo y bacalao con tomate junto con algunas raciones de setas. La mayoría escogimos el pollo, aunque aún hubo algún valiente que comió de los dos segundos. Cuando terminamos ya pocos teníamos aguante para el postre. El tío Tomás seguía contando sus “batallitas” de cuando jugó en categoría regional de fútbol. “Jugamos en Calatayud con los últimos y perdimos 6-1. A la semana siguiente fuimos a Mequinenza que eran los primeros y ganamos 0-2. Después de un par de semanas fuimos a jugar a Barbastro, donde inauguramos el campo”.


Preparar la comida para tantos no es tarea fácil, pero apenas sobraron dos o tres muslos de pollo | Fuente: Diego Rodrigo

La sobremesa


Ya eran casi las 12 de la noche, hora en la que el abuelo Gonzalo ya estaría en la cama en un día normal. A sus 88 años sigue actualizándose a los nuevos tiempos. “Ahora dice ‘mandanga’ y ‘mierda’ con bastante frecuencia”, explicó Irene, que empezó a pellizcarle el brazo. “¡Quieta!” le espetó el mayor de la mesa. “A estas horas ya tendrías que estar en la cama”, siguió Irene. “Anda déjale, a ver si hoy que no le pega el sueño le vas a mandar tú a dormir”, intervino la tía Teresa.


Llegaron los turrones y los bombones de Lindt. Aunque parecía que no podíamos más, todos encontramos algo de hueco para los dulces. Los pequeños se marcharon a jugar con el balón al pasillo. De vez en cuando el pequeño Gonzalo volvía a la mesa de la cochera. Empezamos a jugar a las cartas mientras seguíamos comiendo bombones. En el pasillo cantaron gol. Con el abuelo en la cama y el hermano del pequeño Gonzalo, Jorge, dormido en la cuna. El mayor de los dos hijos de Laura pasó a tener el protagonismo.


-¿Qué hay aquí? –Preguntó abriendo una puerta de la cochera.


-Ratones y gatos –Contestó el tío Agustín.


-¡Gallinas! –Gritó su tía Irene. Lo que provocó que Gonzalo cerrase a toda prisa dando un portazo.


La mesa ya preparada para la cena | Fuente: Diego Rodrigo

Después del susto se sentó en la mesa a partir nueces con el cascanueces. Una en particular se le resistía. Dejó el aparato a un lado y cogió la nuez en una mano. La golpeó contra la mesa una y otra vez intentando abrirla ante las carcajadas del público. Al final recibió un poco de ayuda y pudo comerse la ansiada nuez. Ya caían las dos de la mañana y seguíamos comiendo dulces y bebiendo. Algunos comenzaron a marcharse. Continuamos comiendo, bebiendo y hablando hasta que se hizo la hora de marcharse a dormir. Eran las cinco de la mañana. El tiempo vuela cuando se está en buena compañía.

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